Mi tío y yo le decíamos "el güero", un tipo tímido y de cabello medio rubio, que, con voz temblorosa, hacía lo que podía para vendernos la mayor cantidad de libros, que cada día sacaba y metía de su puestesito de lámina y que aseguraba, celosamente, con un candado negro despintado.
Comenzamos a ver portadas, colores, títulos, nombres. Era el fondo negro, un hombre en blanco y negro era cortado por encima de sus ensombresidos ojos y una especie de llama roja le salía de su cortado cráneo. Con letra grande y blanca decía: José Saramago. La caverna.
Mi tío abrió el libro en una página al azar y comenzó a leer...
No hizo falta más convencimiento de "el guëro". Las letras de este viejo mago nos comenzó a hipnotizar.
Después de La caverna vino Levantado del suelo y Ensayo sobre la ceguera y La balsa de piedra. Ya no había escapatoria, leímos los libros viejos y los nuevos... José Saramago se convirtio en nuestro escritor favorito, en maestro y amigo.
En hora buena Saramago, descansa muy en paz.
